Mamá y yo vemos crecer la hierba. Por la mañana vemos como corre el agua por la calle abajo, porque siempre llueve finito encima de los jardines. De pronto, se para la lluvia y ya solo queda la hierba mojada y fresquita. Yo disfruto mucho correteando por el jardín empapado de agua, pero no me gusta nada pisar la calle mojada; no es lo mismo. Bueno, pues, a lo mejor, una mañana, la hierba está muy pequeñita, como si una vaca hubiera pasado allí la noche pegándose un atracón, y huele a hierba cortada; al día siguiente la vemos un poquito más crecida, verde y mullida que da gusto pisarla, crece un poquito más el siguiente día y, como mucho, un día o dos más, y las vaquitas vuelven a pasar la noche comiendo pasto. Nosotros nunca las vemos, pero vemos como queda de pequeñita la hierba después de pasar ellas por allí. Y otra vez a empezar; la hierba nunca se cansa. Y las vaquitas, tampoco.