Cuando salimos a la plaza y a los jardines, las mujeres me dicen cosas y me acarician y se entretienen conmigo. Los hombres, también; pero las mujeres me dicen algo cariñoso a mí y luego ya hablan con mamá de sus cosas. De las cosas de ellas, no de las cosas de mamá. Yo olfateo alrededor mientras le cuentan cosas de su casa y de su familia, como si la conocieran de toda la vida aunque sea la primera vez que hablan. A mí no me importa, porque siempre son mujeres viejas que no tienen perro y así disfrutan un poquito también de mí.
Hoy, una de ellas, que nunca había hablado con nosotros aunque yo ya la había visto más veces en aquel banco, le dijo a mamá que yo era “muy, muy bonito” y le preguntó qué de qué raza soy. Mamá le dijo riendo que yo soy “de marca blanca” y, entonces, ella dijo que era tan bonito como si fuera comprado. Yo no sabía que los perros podían comprarse, supongo que los gatos también, pero Sofía, no; el otro día le dijo mamá a otra mujer que la mamá de Sofía se ahogó en una piscina y se quedaron los gatitos huérfanos y se la regalaron para cuidarla. ¿De verdad se compran los perros? Yo no quiero que me compren, aunque luego digan que soy feo porque mamá no me ha comprado. A mí me basta con que mamá me quiera y me cuide y yo la quiera a ella. Y estoy seguro de que a mamá no le importa si soy más feo o más guapo. Yo la quiero, y basta. Eso basta, ¿verdad?