Mamá tiene ojos en la espalda, porque, cuando no me mira, sabe lo que estoy haciendo. A veces me pregunta por cosas que yo he hecho a escondidas y rebusca, rebusca, hasta que da con ello, me da igual que sea un muñeco que nome deja tocar o una camiseta que he escondido. Yo, cuando es así, agacho las orejas porque sé cómo vamos a acabar, pero no me sirve de nada.
Sofía es maja, no digo que no, pero no quiere jugar conmigo. Cuando yo llego de la calle, de la vuelta de la mañana, llego con una energía enorme y correteo por toda la casa, sobre todo detrás de ella, pero nada, Sofía corre a esconderse debajo de la cama o encima de ella, que sabe que yo puedo bajarme de la cama pero todavía no puedo subirme solo. Y, cuando la provoco saltando delante de su cara, ella solo me bufa, pero es un bufido pequeño. De todas formas, no siempre soy yo el que empieza; que esta mañana estaba la puerta del baño casi cerrada y, cuando yo asomaba el hocico por la rendija para ver si podía abrirla, apareció la mano de Sofía en el aire, justo en medio de la rendija y a nada de distancia de mi cara. Bien es verdad que fue un manotazo sin uñas, como de broma, pero yo me asusté.