No sé si fue el modo en que lo preguntaste, o cómo quise escucharlo yo. Han pasado meses desde entonces y, casi a diario, vuelvo a recordarlo: Yo, ocupada en buscar las monedas para pagar la cuenta, y tú en la espera profesional del que ha de tratar con el público. Todo muy normal. Y, de pronto, dijiste “¿hoy no curras?”. Fue como si una figura humana apareciera de entre la niebla, como si un rostro se dibujara en el fondo anodino de un cuadro. Levanté la vista, espero que no se notara mi sorpresa, y te miré al otro lado de la línea que habías trazado. Esas palabras se instalaron en mi consciencia a machamartillo, como si no hubiera más sonidos, ni antes ni después.
Llevaba tanto tiempo siendo transparente, que, de pronto, el que tú me vieras me desconcertó. El que alguien pudiera individualizarme, el que, remotamente, yo pudiera importarle a alguien, siquiera fuera un momento, me hizo sentir como el que dobla una esquina y, de pronto, se enfrenta a un vendaval que barre la calle y te abofetea el rostro. Algo se tambaleó dentro de mí, y cayó estrepitosamente. Las barreras que, tan cuidadosamente había ido levantando, se habían convertido en escombros.