Siempre quiso ser escritor, pero lo supo tarde. Cuando la necesidad de escribir afloró y se apoderó de él ya era un hombre hecho y derecho, tan hecho y tan derecho que no tuvo valor para vivir.
Por eso ahora escribe cuidadosamente los nombres de hombres y mujeres que se casan, o se emparejan, y se divorcian o se separan, a veces, después; y tienen hijos con nombres que él también apunta con cuidado -con aquella estilográfica que le regalaron sus padres cuando aprobó las oposiciones para el Registro Civil, cuando supo que ya nunca iba a escribir sobre las vidas que en su vida había-, mientras imagina lo que cada nombre esconde, lo que cada nombre le revela.