Mora y Mora

Mora cabía en la palma de mi mano; tenía los pelos de punta, todos negros,  y unos ojos de vidrio tan grandes que parecía que te miraban por dentro. Tan pequeña, tan indefensa, había sobrevivido en un contenedor de basura, en una caja de zapatos con cuatro migas de pan, pero con un maullido incansable que llamó mi atención al pasar a su lado. Mora vivió libre y feliz en nuestra casa, con nuestro primer gato, y una noche parió un gatito muerto y otro vivo que encontré dentro de una zapatilla de deporte. El gatito tenía la cabeza negra de su madre y el cuerpo canela de su padre.

Mora murió, posiblemente envenenada, bajo el olivo que le daba sombra en los días soleados, y lloramos por dentro y por fuera por nosotros, por su pérdida.

Poco después, del hijo de Mora nació una gatita tan negra como ella, y quisimos llamarla Carbón, pero no fue posible, llevaba el nombre de Mora escrito en cada pelo, en cada gesto, en nosotros mismos. Y Mora, de nuevo, vivió libre y feliz.

Ayer venía conduciendo, quien tiene o ha tenido gatos no puede menos de sentir una punzada de dolor cuando ve alguno en la orilla de la carretera; no sé si ayer fue uno de esos días, creo que no, pero recuerdo que, llegando ya a casa, me asaltó la imagen de Mora muerta bajo el olivo. Hoy mi hijo me dice que han tenido que sacrificar a Mora, mi otra Mora, mi querida Mora, mi Mora ausente; la han tenido que sacrificar porque ayer la atropelló un coche y no iba a ser capaz de sobrevivir. Yo no podía saber ayer hasta qué punto el dolor por el pasado era la premonición del que se estaba produciendo en ese mismo momento.

LA CAZA

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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