“…Me siento a veces como un niño que acaba de aprender a andar y tiene que mover sus piernecitas en una carrera incontrolada de pies volanderos, hasta que acierta a pararse posando las manos en el suelo, de nuevo a cuatro patas; o me reconozco en medio de la niebla sólida que borra los contornos y me hace perder las referencias para seguir caminando. Me siento así constantemente, inseguro, pero aprendiendo y ensayando, resuelto a no ceder, a explorar, a vivir. Yo creo que, a veces, ella se agobia con este ir y venir que me conoce, quizás por eso, para frenarme un poco, me había dicho: “Si te fueras a una isla desierta…” –y debió imaginarme debajo de una palmera, durmiendo la siesta y reposado por una vez-; la corté inmediatamente para decirle que nunca me iría a una isla desierta y que, si me encerraran de por vida en la cárcel, siempre me quedarían la memoria y la imaginación. Me miró entonces, yo creo, que con un cierto desánimo, como si pensara que nunca haría vida de mí, como a un niño al que hay que educar y se resiste, y yo me di cuenta de que, poco a poco, la niebla, la misma niebla, se iba interponiendo entre los dos…»
(De las memorias de Ismael Blanco)
Muy bonito, como siempre. Pero me gusta más la descripción que haces de ese sentimiento de niebla, porque es eso, niebla…
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