La chica entra en el viejo café y se dirige hacia la mesa del rincón más alejado, sin dudar ni mirar alrededor, como si trajera el sitio elegido desde casa. Afuera, en la terraza, casi todas las mesas están llenas de gente que engaña al sol de agosto bajo sombrillas inmensas, pero ella escoge el aire acondicionado del interior, del que todos parecen huir. Levanta la silla de madera, para alejarla un poco de las patas de hierro repintado de la mesa y la golpea sin querer contra la tapa de mármol gris, lamido en las cantoneras por el uso de muchos años. La chica mira frecuentemente hacia la puerta, como si esperara ver a alguien entrar, y empieza a mover arriba y abajo el pie derecho, como un péndulo que llevara la cuenta del tiempo, desde sus piernas cruzadas. El movimiento repetido afloja un poco la tira del talón y su zapato se balancea con un ritmo propio.
Cuando el camarero se acerca, la chica parece sobresaltarse y la cara inexpresiva se vuelve hacia él con un gesto rápido, y duda un poco antes de pedir algo, con un ligero movimiento de cabeza, como si hubiera olvidado lo que quiere o le diera igual una cosa que otra, o le molestara que la distrajeran de su tarea de vigilante. Antes de que le traigan un café con leche mira el reloj dos veces, el reloj y la entrada, por ese orden.
Al cabo de unos minutos se abre de nuevo la puerta y aparece él. Al verlo, la chica se aparta precipitadamente la taza de los labios, como si se quemara, incluso olvida pasarse por la boca la servilleta de papel blanco con el nombre del café, y se queda así, con el brazo izquierdo levantado para señalarle el sitio y el labio superior atrapado bajo la espuma de leche batida. El chico llega hasta su mesa pero no tiene intenciones de sentarse, por lo que se ve obligada a estirar el cuello y mirar hacia arriba si no quiere levantarse ella también. La chica empieza a hablarle y le señala la silla de al lado iniciando el ademán de acercársela, pero él no se da por aludido y permanece de pie, ni siquiera ha sonreído al verla. Ella parece encogerse, y le mira desde un poco más atrás, con los ojos más hundidos y una línea vertical y profunda que le separa las cejas. Él comienza a decirle algo, se apoya levemente con una mano en el respaldo de la silla que ella le ofrece mientras parece dejarse caer sobre la otra, con los dedos algo crispados sobre el mármol frío de la mesa, y le habla despacio, sin abrir mucho los labios, como remachando cada palabra, inclinado hacia la chica mientras ella retrocede un poco más. Después, durante unos segundos, los dos guardan silencio, él permanece de pie, con ausencia de expresión en su cara; ella está más pálida, incluso le tiembla un poco la barbilla y los ojos se le llenan de agua, tanto, que apenas puede ver como él se gira bruscamente y avanza hacia la puerta sin mirar atrás. Cuando ella puede reaccionar, se seca la mejilla derecha con la mano y sale precipitadamente detrás de él. Sobre el mármol de la mesa queda el café derramado, y la taza volcada, manchada de carmín.