Yo ya me había puesto en lo peor. Llevamos dos días en que mamá no me lleva a la oficina y se ha traído la maleta negra con ruedas que llena de papeles cuando se va fuera a trabajar. Pero se ha quedado en casa, trabajando con el ordenador. Yo he estado muy atento todo el tiempo y ni siquiera le he pedido que me coja, como hago en la oficina cuando ella lleva ya mucho rato trabajando y yo llevo ya mucho rato durmiendo. Pero Sofía ha estado muy pesada, subiéndose a la mesa y tirando al suelo los papeles y los bolígrafos. ¡Y luego se queja de que le riñe! Si todavía mamá la acaricia cuando se tumba al lado del ordenador, mientras trabaja…
Pues, como todo puede empeorar, hoy mamá, además de la maleta negra, también ha cogido la maleta roja que usamos en nuestros viajes; que Sofía en seguida se metió dentro como si fuera un zapato y eso no puede ser. Mamá la sacó de allí, yo, ni siquiera pregunté, y mamá se marchó con la maleta y sin nosotros, después de darnos un beso a cada uno y de decirme a mí que la esperara y me portará bien. Supongo que quería decir que no persiga a Sofía mientras ella no está. Luego, por la noche, ha venido el chico de la gorra a buscarme para dar una vuelta, pero no me ha llevado a su casa, lo que quiere decir que mamá volverá pronto, creo yo. De todas formas, yo prefiero estar en mi casa, con Sofía, a estar en la suya, con Mía, que es una gata preciosa, más grande que Sofía, pero que no está acostumbrada a que la persiga, y se pone nerviosa.
Pobre mamá, espero que no le de miedo despertarse y ver que no estoy pegadito a ella. En cuanto vuelva le voy a dar un montón de lametazos y voy a dejarla que me estruje fuerte, muy fuerte.