Dijo que era médico. Y francotirador en Irak. Lo habían entrenado para ser un soldado de élite. Para sobrevivir en situaciones extremas. Para acechar y disparar. Para no pensar si aquellos hombres tenían hijos, queridos hijos, o una mujer que los esperaba en casa. Sólo eran blancos perfectos para su adiestrada puntería. Y malos. Eran los malos, el enemigo a batir. Estaba orgulloso. Y tranquilo.
Ahora, en tiempo de paz para él, había escrito un libro para contar su realidad. Y volvería a ser médico.
También contó que tenía un hijo, aún sin edad para ser soldado, pero al que educaba en los mismos valores que habían guiado su propia vida. Su hijo no había leído el libro. No le había dejado leerlo porque se decían muchos tacos en él.