A Javi
¡Había salido bien! Algo nervioso al principio, es natural.
¿Cuántas personas habrían venido? Unas ciento cincuenta, más o menos; había diez asientos en cada fila y por lo menos había veinte filas y sólo las últimas habían quedado medio vacías. La editorial se había movido bien, sin duda, porque si no, quién iba a acudir a la presentación de una novela de un autor novel, totalmente desconocido…
Se quitó los zapatos y el contacto de los pies con la tarima del suelo le reconfortó, se quitó también la chaqueta y aflojó el cinturón camino del sofá. Paz. Si tuviera que escribir sobre lo que ahora sentía podría expresarlo así, “paz”, en paz consigo mismo, la satisfacción de haber alcanzado una meta, la satisfacción de saber que nada acaba ahí, que todo empieza de nuevo.
Se levantó y, de entre los libros más viejos de la estantería, sacó un cuaderno con las esquinas rizadas y despellejadas por el uso. Lo abrió con cuidado y leyó para sí: “Me llamo Javi, tengo 10 años y voy a escribir un diario”, y, en la siguiente hoja “Hoy es 29 de septiembre. Hemos comido en el Burguer con una amiga de mi padre que me ha regalado este diario. Yo he comido “nuges” de pollo porque la hamburguesa no me gustaba. Mi padre se pidió una de pan negro que sabía muy mal. Mi hermano ha dado bastante guerra y mi padre le ha tenido que reñir varias veces. La amiga de mi padre me ha preguntado si me gusta más leer o escribir y le he dicho que las dos cosas”.
Sonrió de una forma casi imperceptible, más con el alma que con el rostro. Sí, aún le gustaban las dos cosas; en realidad, no podría vivir sin leer y sin escribir.
El que se llame Javi, que tome nota. Me gusta
Me gustaLe gusta a 1 persona