Abrió la ventana para ventilar el cuarto y le llenó la nariz el olor a pescado frito que llegaba desde el bar de abajo; pensó que habían madrugado en la cocina e imaginó las bandejas repletas de trozos de bacalao rebozado. A mediodía y por la tarde, el olor violento y agudo de las gambas a la plancha le desagradaba. El olor del pulpo, no. El aroma cálido del pulpo recién cocido le hacía pensar en los humeantes calderos de cobre, en los sombreritos desprendidos de las patas del animal, en la piel gelatinosa de color berenjena. El aroma del pulpo recién cocido la transportaba hasta la Galicia de aquellas vacaciones hacía ya más de treinta años, y¸ sobre todo, le traía a los labios el sabor de los besos en la playa, de los besos compartiendo un bocado, de los besos a la luz de la luna, de los besos al amanecer. El día en que por la ventana llegaba el aroma a pulpo recién cocido respiraba hondo, dejaba la ventana abierta y llamaba al trabajo para avisar que estaba enferma; enferma de melancolía.
Guay!
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Que hambre, xD!!!
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