Eligió el libro casi por casualidad, de entre otros tan ajados y con títulos tan prometedores como el suyo, capaces de solucionar dudas y despertar curiosidades con cuatro o cinco palabras. Ya en casa, lo abrió con calma, como hacía siempre al inicio, y hojeó las primeras páginas sin pararse demasiado en ninguna parte. Cuando vio el resguardo del préstamo de la biblioteca le extrañó haberlo dejado allí, hasta que reparó en que sólo el apellido coincidía, pero, ni el nombre era el suyo, ni el segundo apellido, ni la fecha, que era, sin embargo, muy cercana. Dejó de respirar, por un momento su cuerpo entero quedó como suspendido en el aire, cuando se dio cuenta de que, antes que ella, un hombre que se apellidaba como ella había elegido el mismo libro, había sentido la misma curiosidad y tenía la misma afición que le impelía a buscar las mismas fuentes que ella.
Releyó el resguardo de nuevo y vio que no se equivocaba, allí estaba su nombre y sus dos apellidos, incluso su número de teléfono. Dudó solo un instante, ni siquiera fue consciente de que había tomado una decisión, cogió el teléfono, marcó el número y esperó el sonido que hacían al descolgar al otro lado de la llamada.