A menudo se lo decían, que, con los tiempos que corren, y qué tranquilo estaba; y él respondía siempre diciendo que era cuestión de talante, que cabrearse no le ayudaba mucho. Y, así siguió, mirando la botella medio llena porque le resultaba más útil que mirarla medio vacía, templando gaitas también, mientras pudo, y contando hasta diez primero, y hasta veinte y hasta treinta después, hasta que un día, muy tranquilo, decidió que una cosa era no atacar y otra, muy distinta, no resistirse, y se puso enfrente de aquel cabrón que se aprovechaba de la miseria que él, y otros como él habían favorecido con tanto entusiasmo y cuidaban cada día con tanto mimo y, muy tranquilo, mucho más tranquilo de lo habitual, le dijo que no se pasara ni un pelo, que ni siquiera él, que estaba tan acostumbrado a tener a todo el mundo debajo de la bota, iba a pisarle; que no sabía respetar a nadie, y por eso nadie le tenía un respeto a él, obediencia sí, por obligación, pero resquemor, también, y mucho. Y que no le importaba saber de qué iba a morirse, ni cuando, porque sabía a buen seguro que, por mucho que viviera, él, que podía pagarse los mejores médicos y las medicinas más caras, iba a vivir muy sólo y muy atormentado. Eso sí lo sabía seguro.
Y se dio la vuelta, muy tranquilo, mientras el otro se quedaba boquiabierto, pasmado y un poco encogido por temor a la profecía.
Muy bueno, cada vez lo haces mejor. Enhorabuena¡
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Coincido con Concha 😉 Y qué ganas de poder decirle ciertas cosas a determinada gente a la cara…
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