Ocupó su tiempo como supo, trabajó concienzudamente, salió con amigos, visitó museos y exposiciones, fue al cine y a conciertos, salió a caminar y montó en bicicleta, incluso durmió la siesta y leyó cada noche hasta quedarse dormido y, cada día, sin previo aviso, aquella sensación repetida que interrumpía cualquier cosa que estuviera haciendo, un vuelco que localizaba en el estómago, el tirón de una cuerda invisible… Y entonces se daba cuenta de cuánto la echaba de menos.
Zas! Directo al alma.
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