Conceptos

Se metió en Internet y lo consultó en el Diccionario para aclarar los conceptos y las cosas, si es que las cosas podían estar claras alguna vez en su cabeza. No podía dejar de analizar la situación, de mirar atrás para intentar reconocer el camino que la había llevado hasta allí, hasta este desapego, hasta esta desidia emocional que la alejaba de él.

Respeto
1. m. Veneración, acatamiento que se hace a alguien.
2. m. Miramiento, consideración, deferencia.

Admiración
1. f. Acción de admirar.
2. f. Cosa admirable.

Admirar
1. tr. Causar sorpresa la vista o consideración de algo extraordinario o inesperado.
2. tr. Ver, contemplar o considerar con estima o agrado especiales a alguien o algo que llaman la atención por cualidades juzgadas como extraordinarias.U. t. c. prnl.
3. tr. Tener en singular estimación a alguien o algo, juzgándolos sobresalientes y extraordinarios.

Se separó un poco de la mesa, buscando espacio para respirar, para tener un poco de perspectiva. En los últimos meses la idea de recorrer el camino al revés se había vuelto machacona y, con demasiada frecuencia, se veía de nuevo diez años atrás, cuando le conoció, cuando se conocieron, cuando, poco a poco, se fue pillando de aquel hombre al que empezó admirando profundamente, no sólo por sus cualidades y su capacidad, sino también, o sobre todo, por su actitud, hasta que esa admiración y ese respeto derivaron en amor. Quizás la única diferencia, pensó, fuera que el amor espera reciprocidad y cercanía, y la admiración y el respeto pueden ser de dirección única y en la distancia; pero, sin duda, ambos sentimientos habían sido imprescindibles para acabar enamorándose. ¡Cómo no admirarle cuando batallaba por convertirse en escritor, con aquella sensibilidad tan extraordinaria para captar los matices de la vida, y para contarlo después? ¿Cómo no admirarle por sus principios, por su compromiso vital? ¿Qué nos pasó, o qué me pasó a mí para alejarme tanto?.

Volvió a verle, de madrugada, la taza del café con el fondo reseco, junto al cuaderno y los lapiceros con los que le gustaba escribir, tapándose los ojos con la mano izquierda mientras buscaba la frase adecuada para seguir escribiendo, un poco ladeado, y con el borde de la mano derecha manchado de carboncillo. Mandar relatos a los concursos le obligaba a ponerse metas, pero llegaba a ser desalentador si nunca te premiaban o te concedían un accésit, tenías que estar muy seguro de lo que querías para seguir adelante por un camino sin señalizar, con una meta probable pero con un recorrido incierto; y él dudaba a veces. Quizás el principio del fin fue cuando aceptó aquel contrato de articulista en una revista cuya línea editorial estaba bastante lejos de su forma de pensar. Cambió su libertad por una monotonía dirigida, la montaña rusa de su imaginación por la estabilidad mollar de su columna comprada, y a ella se le vino abajo la visión caleidoscópica que tenía de él. No fue de repente, fue un abandono que acabó en desvalimiento; simplemente, él dejó de tener el valor extraordinario que tenía para ella, nada que admirar, nada que respetar, ¿qué clase de amor podría sobrevivir a esto?

Se levantó de un impulso cogiendo el teléfono móvil mientras se dirigía a la cocina para beber un poco de agua. Cuando le oyó al otro lado la voz le salió atropellada “Rafa, ¿vas a venir a comer? No, no, es que tenemos que hablar; no, no pasa nada. Pero tenemos que hablar”. Colgó apresuradamente con intención, para no escuchar su silencio. Naturalmente que no iban a romper por teléfono –si quedaba algo por romper aún-, los dos se merecían una conversación en persona, pero había necesitado anunciarlo, como una cita ineludible, para que luego no le faltara el valor para empezar, como otras veces.

Se acordó de su abuela, cuando, en los años de adolescencia, y sintiéndose acorralada, le decía dulcemente “Tranquila, hija, cuando una puerta se cierra, una ventana se abre”. Una puerta se cierra…, una puerta se cierra…, se angustió pensando en lo que le quedaba aún por pasar, en la conversación, en la mirada de cordero degollado, en el frío de después, en la soledad. Se abalanzó hasta la ventana de la cocina y se sujetó en el alfeizar mientras adelantaba el cuello con la boca abierta, llenando los pulmones del aire de la calle. Una ventana se abre…, una ventana se abre… y sintió que aquellas bocanadas le dejaban en el pecho un eco de esperanza.

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

Un comentario en “Conceptos”

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: