Hacia la muerte

Llega un momento en la vida en el que has de prepararte para morir.

Que somos mortales lo sabemos siempre, más aún cuando tienes contacto con la muerte a través de alguien cercano.

Poco a poco, y como de natural, vas perdiendo gente, como los árboles van perdiendo hojas cuando presienten los primeros fríos, aunque aún parezca verano y el sol engañe los sentidos.

Poco a poco se suman a los que ya no ves los que ya no están y corres el riesgo de irte quedando solo y apartado de la vida. Entonces analizas tu pasado como si fuera la única certeza y te das cuenta de que no es así, de que la única certeza es, en realidad, que seguirás vivo mientras seas capaz de amar la vida, mientras seas capaz de ilusionarte.

No importa si quieres a tu pareja, a tus amigos, a tus hijos o a ese extraño que se cruzó contigo en la calle y te miró a los ojos. Importa que esa capacidad vaya contigo. Que sepas respirar el aire fresco de la mañana, buscar la luz en los destellos del sol sobre las hojas de los árboles o detenerte para observar a las palomas que beben en una fuente. Importa que seas consciente de que la vida se te regala alrededor y depende de ti empaparte de ella.

De ti depende, al fin y al cabo, acercarte a la muerte sin desesperación.