Dice mamá que hoy es el sexto día de confinosequé. Yo no entiendo lo que es, pero seguimos saliendo poco rato y echo de menos a mis amigos. Voy solo por la calle, menos mal que hay meadas en las esquinas porque, si no, creería que todos los perros han desaparecido. Se conoce que no nos ponemos de acuerdo en la hora de salir; eso será. Y, encima, Sofía sigue escondiéndose en algún rincón cuando mamá se va a trabajar y no puedo correr detrás de ella.
Hoy nos hemos venido muy disgustados para casa, porque íbamos por una calle sin gente y pasó por el otro lado un hombre, y era joven. Me miró a mí como si hubiera aparecido de entre la niebla y luego miró a mamá con cara de asco –dice mamá que era con desprecio, pero yo no acierto a ver la diferencia- y movió la cabeza hacia los lados como si dijera «no» todo el rato. Mamá dice que ese hombre es digno de lástima, porque debe ser muy infeliz. Muy contento no se le veía.