Babos es una abusona. Bien es verdad que me he alegrado de volver a verla; que, en cuanto bajamos del coche, empecé a mover el rabo porque reconocí el mismo lugar de hace tres semanas y empecé a corretear por el jardín pero, en cuanto apareció ella, la vi tan grande que me encogí un poco y me quedé al verlas venir, procurando no provocar. Y eso que mamá le trajo un hueso enorme, para que no se comiera mi comida, que, en cuanto llego, es lo primero que hace; abre esa bocaza enorme que tiene y en un «plis plas» se zampa todo lo que hay en mi comedero. Y hoy, como no había comida, se ha puesto a beber agua como si no hubiera un mañana, y nos ha dejado el piso pingando.
Luego hemos jugado un ratito muy bien, yo corría y ella me perseguía por el jardín, y, como yo soy mucho más pequeño que ella, tengo que correr muchísimo más de prisa para que no me alcance y me meto por sitios pequeños por los que ella no cabe. Mamá se reía al vernos, dejó el libro que estaba leyendo y nos miraba dando vueltas como locos. Pero claro, eso fue hasta que se acordó del hueso. En cuanto se lo metió en la boca se olvidó de mí; se tumbó en la hierba y venga a morder y a morder. Yo todavía me atreví a acercarme, porque esos huesos me chiflan, pero antes de poder quitárselo de la boca me pegó un gruñido que me echó para atrás. Supongo que no me iba a morder, pero por si acaso, que lo que sí es seguro, es que no iba a dejarse quitar el hueso. Por eso digo que es una abusona, que, como por tamaño iba a ganar ella, me puse a correr en círculos a su alrededor, a más velocidad que si escapara de un fuego, para distraerla y poder quedarme con el dichoso hueso, pero nada, que estuve un buen rato corriendo y la única que me miraba era mamá y lo único que hice fue cansarme. Así es que recogí velas y me fui a acurrucar al lado de mamá, dolido con tanto desprecio. Yo no lo sabía aún, pero mamá me había traído también un hueso para mí, aunque era más pequeño.