Hoy hemos vuelto a nuestra casa de todos los días. Mamá me coge en brazos para subirme al coche y también para bajarme, porque a mí me aterra, igual que me pasa con el ascensor. Luego ya hasta me duermo a ratos y me cambio de sitio en el asiento de atrás porque, a veces, da el sol y me abrasa. En el sitio donde hemos estado hacía fresquito pero aquí hace muchísimo calor; incluso mamá me cogió en brazos al salir de la cochera porque el suelo me quemaba las patitas.
Sofía nos estaba esperando y yo corrí detrás de ella hasta que se subió a la cama de un brinco para escapar. He querido contarle cómo ha sido el viaje, pero parece que no le importa; supongo que es porque ella no ha ido. No he podido decirle que he conocido a Babos y a otros perros que andaban sueltos por allí. La más revoltosa, con mucha diferencia, era Babos, que me agobiaba por ser tan grande aunque era maja. Su papá le reñía y le decía que tuviera cuidado porque yo soy un bebé. Yo no le decía nada, porque, al fin y al cabo , él quería protegerme, pero yo no soy ningún bebé. Yo soy un cachorro que ya tiene cuatro meses, y soy capaz de correr como un perro grande. Y, si no, que le pregunten a Babos.