Abrió el cajón de arriba en el mueble de la cocina y sacó dos blísters plateados. Apretó sobre cada uno de ellos y sobre la encimera de granito cayeron dos cápsulas desiguales y pulidas, de colores llamativos. Llenó un vaso con agua del grifo y bebió hasta la mitad para tragarlas. Luego, volvió al cajón de la cocina, todavía abierto, y rebuscó hasta el fondo. Sacó un frasco de plástico blanco, abrió la tapa blanca y dejó sobre la palma de su mano derecha un comprimido blanco también. Lo lanzó al fondo de la boca y bebió el medio vaso de agua que quedaba. “Todo controlado”, pensó “Todas mis enfermedades a raya”.
Entonces volvió al dormitorio y cogió el teléfono móvil; encendió la pantalla y buscó la función de teclado. Marcó un único número durante unos instantes y se lo acercó a la oreja. Unos segundos después dijo en voz alta: “Buenos días. Tú eres mi píldora para el alma”. Y sonrió.
Guay, me gusta.
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Chulo!
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Antes o después, todos necesitamos píldoras!!!!!!!
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