Mamá no sabía que los perros tenemos un olfato finísimo, que somos capaces de oler hasta lo que parece que no huele. ¡Cómo, si no, podría explicarse la cara de sorpresa que ha puesto esta mañana cuando, dando una vuelta por la ciudad, me he subido de pronto a una pared de piedra y he metido los hocicos en un arbusto! Y es que, en el fondo del arbusto, había una paloma muerta.
Que mamá, para ser mamá, a veces es un poco inocente.