Cuando yo veo que mamá se pone la chaqueta y coge su mochila me pongo siempre alerta, por si puedo salir con ella. Pero no, esta vez me acarició la cabecita y me dijo que me quedara, como todas las mañanas cuando ella y el chico de la gorra salen un ratito y luego vuelven a la oficina y ya trabajamos todos hasta mediodía y nos vamos. Mamá se fue sola a media mañana y no volvió, y yo me quedé con el chico de la gorra. Reconozco que me puse bastante empachoso, aunque él no tenía la culpa, porque yo quería que mamá volviera y no volvía. Es que, a veces, aunque ya soy casi grande, no puedo dejar de comportarme como un bebé, y los bebés quieren estar siempre con mamá.
El chico de la gorra me sacó a mediodía, y el señor que me llama perrete me sacó por la tarde y yo, a ratos, ya pensaba cuánto tiempo iba a pasar hasta que mamá volviera. Eso sí, por la tarde conseguí estar más tranquilo y no dar guerra, yo creo que, porque, más que nervioso, estaba ya un poco triste.
Cuando mamá volvió era muy de noche -yo nunca había estado en la oficina hasta tan tarde-, y me puse como un loco, sin control ninguno, dando brincos y chillando, que hasta la gente que pasaba por la calle se quedaba mirando. Yo creo que no se puede ya ser más feliz. Bueno, sí, yo habría sido más feliz aún si no hubiera visto que mamá cogía otra vez la maleta esa que llena de papeles cuando se va sin mí; porque, me temo que eso significa que me va a tocar esperarla otra vez.