Diario de Pepín. Día 21

Dice mamá que soy un sinvergüenza porque si me lleva de la correa tiene que tirar de mí y, cuando me la quita, no me separo de su lado. Como por la mañana casi no hay gente, llevamos ya dos días en que mamá me suelta y yo correteo por la hierba, aunque, a veces, si la hierba está muy mojada, voy por la hilera de piedras que bordea el verde, y luego, cuando llevo ya un ratito portándome bien, le pido un trocito de colín.

Esta mañana, cuando estaba en el parque, apareció un perro enorme, un perro negro que ya me ha olido otras veces. A mí no me dan miedo los perros grandes, porque yo me empino y me pongo a bailar en sus hocicos y ellos se quedan como pasmados. Pero luego vino otro perro que era un cachorro, pero era grandísimo y con mucha fuerza y muchos nervios, y quería jugar pero no paraba y nos estaba volviendo locos a todos. Sus papás se enfadaron con él y le gritaron diciéndole que yo era muy pequeño y que tuviera cuidado, pero él dale que te pego como un bruto. Yo me asusté, hasta el perro negro se separó un poco y mamá me cogió en brazos, pero el perro loco seguía dando brincos sin hacer caso de sus papás. Al final a mí no me hizo nada pero a mamá le pegó unos pocos arañazos en los muslos por protegerme. El bruto de Max. El próximo día que lo vea no voy a jugar con él y no voy a dejar que se acerque a mamá.

Diario de Pepín. Día 20

En la plaza hay cangrejos; bueno, en la fuente que hay en la plaza. No sé por qué, cuando vi los cangrejos, dibujando un círculo lo más lejos posible de donde caía el agua, junto a la pared redonda del pilón, pensé en el hombre de la mochila.

El hombre de la mochila  es más joven que mamá y está curtido por el sol. Siempre que lo veo en la plaza lo veo despeinado, con los pies sucios de caminar y una mochila llena a reventar a su lado. Y, de vez en cuando, habla solo, en voz baja, y sonríe. Sonríe mucho. Y también fuma puros que huelen mal. No sé por qué pensé que, si alguien había traído los cangrejos a la fuente, debía ser él, quizás lo pensé porque la fuente nunca será un río aunque la llenen de cangrejos de río, igual que el hombre nunca tiene compañía aunque hable en voz alta.  Quizás por eso una cosa me llevó a la otra.

Pero no, una de las mujeres que pasa las tardes muertas en la plaza le dijo a mamá que los cangrejos los había traído el pescadero y los había echado allí por hacer la gracia. Gracia sí que le hace a los niños, que se acercan y meten las manos para tocarlos, y los padres los animan o los riñen, depende, pero a todos les llama la atención.

Ayer por la noche, la mayoría de los cangrejos habían cambiado de color, de casi negro a casi rojo, y se habían encogido y ya no se movían. Mamá dijo que esos ya se habían muerto y esta mañana ya los habían quitado de allí y quedaban unos pocos vivitos y coleando,  aunque supongo que no aguantarán mucho más, porque la fuente no es un río, por mucho que nosotros queramos.