Miró de nuevo, fijándose en los detalles. Y, de nuevo, se dio cuenta de que el pie que tenía delante era un pie derecho. Y él era un zapato para el pie izquierdo.
Todo a su alrededor eran zapatos caminando por las aceras, por los pasos de peatones, sobre la hierba o subiendo y bajando escaleras. Ahora sí, ahora no, el zapato izquierdo y el otro, el que faltaba. El otro, el que sobraba, el que le hacía sentirse anormal, minusválido e inútil.
Pasó un año olvidado en el armario, dos días dentro de un contenedor de ropa para reciclar, y otro más en la bolsa de deporte del hombre que lo sacó de allí. Al día siguiente, el hombre caminó a grandes zancadas sobre su único pie, flanqueado por dos muletas con tacos de goma. Y su zapato izquierdo, ahora sí, ahora también, pisó charcos como si fuera un crío, esquivó excrementos de perro y subió los escalones de dos en dos. Si hubiera sido por él, ni siquiera habrían vuelto a casa cuando cayó la noche, pero los pies, ya se sabe, son algo blandengues y nunca están a la altura de las circunstancias.
Muy bonito 😉
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¡Gracias!
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