Cuarenta y cinco años casados y dos de novios, que se dice pronto. Y, de todo este tiempo, juntos prácticamente siempre, que, hasta para parir, se paría en casa y la mujer no salió al hospital. Hasta hoy.
La mujer le dejó comida para una semana y recomendaciones para un vida entera, y se fue con lágrimas en los ojos a casa de los hijos, para operarse de aquel bulto en la matriz. Ella iba a estar mejor cuidada y él debía quedarse a cuidar de la casa y del ganado, que no entiende de enfermedades ni operaciones. Y allí estaba él, cumpliendo rigurosamente con los horarios y las tareas de cada día, como si nada; hasta que llegó la noche y se vio solo, y miró a su alrededor, y pensó en la cena y encendió la chimenea… y se puso a cantar, sentado a la lumbre, unos fandangos de Huelva que aprendió cuando la mili. Y hasta las palmas tocaba para acompañarse.