Había escrito cien veces: te quiero. Se apartó un poco, miró la hoja emborronada por las lágrimas y respiró hondo. Cogió la pluma y escribió de nuevo: te quiero, y, dos segundos después, añadió despacio: olvidar.
Había escrito cien veces: te quiero. Se apartó un poco, miró la hoja emborronada por las lágrimas y respiró hondo. Cogió la pluma y escribió de nuevo: te quiero, y, dos segundos después, añadió despacio: olvidar.