De dolor y soledad

Dejó el teléfono a su lado en el sofá, y se encogió abrazando su cintura; el nudo del estómago había empezado a dolerle y sentía nauseas. Se quedó así unos minutos, con los ojos apuñados esperando las lágrimas, pero ni siquiera ese consuelo tuvo. La perra, que había estado ovillada en el sofá mientras ella tenía el teléfono en la mano, la miró levantando levemente la cabeza. Cuando vio que ella se balanceaba doblada aún, se incorporó hacia ella y le puso una pata en el muslo llamando su atención; la mujer pareció resurgir de un mal sueño y miró a la perra con sorpresa, como si acabara de darse cuenta de que no estaba sola, le pasó la mano por la cabeza y el animal respondió aumentando la presión de la pata y levantando el morro para tocar la mano de la dueña. Ella se sintió entonces caminando lentamente hacia un lago en el que adentrarse, un lago de lágrimas que inundó sus ojos, primero lentamente y luego ya de forma atropellada, al ritmo de sus sollozos.

Esta noche he decidido

Esta noche he decidido

morir un poco,

dejar un poco de ser  yo;

dejar de ilusionarme, tomar distancia

de este ir y venir

que me fatiga;

verlas venir, si es que vienen,

pero no buscarlas.

Esta noche he decidido

no cabalgar la cresta de las olas.

Quizás este trocito de mí

que ya está muerto

ocupe más que mi presencia,

quizás el hueco llene más que yo.

Pero morir

es tan triste siempre…