Física y química

Es cierto que te quise, amor, y aún te quiero. Te quise y esperé que me quisieras, pero ya no tengo tiempo, no me queda más tiempo…

Sería más fácil si tuviera fe, esa fe bobalicona que niega los principios de la física y la química, del tiempo y del espacio que nos unieron y del impulso que me llevó a vivir contigo, sin ti.

Ahora la física se rinde y la química que me fundió contigo me deja el rescoldo de tu recuerdo, y con eso me basta para dejarme ir. Y yo ya no seré más que en tu memoria.

Otra vez

Volvió a verla de nuevo después de mucho tiempo, demasiado tiempo para no confundir los recuerdos con su imaginación. Volvió a verla, más delgada aún, el cabello más largo también, pero el mismo brillo en la mirada, y esa sonrisa suya iluminándolo todo, y ese olor, ese olor acogedor que le invitaba al abrazo, y que seguía, después de tanto tiempo, erizándole la piel.

Causalidad

Eligió el libro casi por casualidad, de entre otros tan ajados y con títulos tan prometedores como el suyo, capaces de solucionar dudas y despertar curiosidades con cuatro o cinco palabras. Ya en casa, lo abrió con calma, como hacía siempre al inicio, y hojeó las primeras páginas sin pararse demasiado en ninguna parte. Cuando vio el resguardo del préstamo de la biblioteca le extrañó haberlo dejado allí, hasta que reparó en que sólo el apellido coincidía, pero, ni el nombre era el suyo, ni el segundo apellido, ni la fecha, que era, sin embargo, muy cercana. Dejó de respirar, por un momento su cuerpo entero quedó como suspendido en el aire, cuando se dio cuenta de que, antes que ella, un hombre que se apellidaba como ella había elegido el mismo libro, había sentido la misma curiosidad y tenía la misma afición que le impelía a buscar las mismas fuentes que ella.

Releyó el resguardo de nuevo y vio que no se equivocaba, allí estaba su nombre y sus dos apellidos, incluso su número de teléfono. Dudó solo un instante, ni siquiera fue consciente de que había tomado una decisión, cogió el teléfono, marcó el número y esperó el sonido que hacían al descolgar al otro lado de la llamada.

Verano

El verano nos enseñó el vello masculino censurado o semejando una barba de tres días; rosarios de venas amoratadas, como gusanos asfixiados bajo la piel, o redes de finos hilos rojizos y violáceos que se desparraman desde las corvas, arriba y abajo, como si dibujaran un mapa de ríos, afluentes y arroyuelos; pies desfigurados con juanetes y dedos que se agarrotan arqueados; uñas que alguna vez estuvieron pintadas de vivos colores y otras que perdieron la partida contra el calzado martirizador y se quedaron mermadas y contrahechas; barrigas que se escapan de las cinchas, o muslos tan ceñidos que parece que fueran a estallar … El verano es impúdico y falto de prejuicios, carente de la hipocresía del invierno, que todo lo disimula con la disculpa del frío. Todo lo disimula el invierno, para seguir siendo verano en nuestra íntima soledad.